En busca de la magia perdida

Navidad en Somalia

Por Belén Manrique

Impulsada por la última confesión de mi amiga y maestra Isis Barajas, y conocedora de que yo también he recibido su mismo talento, (con la diferencia de que he sido una sierva mucho más vaga y perezosa que ella), he decidido sacudir el polvo de mi teclado y contaros la historia de mi primera navidad (y si sigo así de animada, otro día os contaré cómo me hice periodista gracias a Isis).

Cuando era niña, a mi padre le gustaba entretenernos las vacaciones navideñas sacándonos a visitar los mejores belenes de Madrid. El del Hospital San Rafael, el de la parroquia del Santo Cristo de la Victoria, en Argüelles, cuyas luces cambiaban para que se hiciera de noche y de día; y, por supuesto, no faltaba la visita a Cortylandia. Pero sin duda lo mejor de las Navidades era la noche de Reyes. La fiesta de la Epifanía contenía una magia indescriptible, aumentada por la cabalgata que organizaban los vecinos de mi calle, Ramongo, con carrozas, pajes y Reyes Magos de los de verdad.

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El mayor ya lo sabe

El mayor ya lo sabe

No lo esperaba tan pronto. Confiaba en tener un añito más de inocencia intacta y más después de haber superado la prueba de este año con nota. Mi hijo mayor, de 9 años, había pasado unas Navidades estupendas y, por supuesto, tenía una ilusión enorme por que llegaran los Magos de Oriente. Hizo su carta con bastante antelación y se la entregó a Melchor justo en la víspera de la Epifanía en nuestra parroquia. Ningún comentario parecía cuestionar nada. Solo dijo: “Mamá, yo creo que los Reyes que vienen a la parroquia no son los de verdad”. Y ya.

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