Se avecina tormenta. Imagino que con un título así muchos querrán contar su propia experiencia. Adelante: pasad y opinad, que de eso se trata, pero sin atacar a nadie. Este post es simplemente mi experiencia y mi opinión con la aplicación de Instagram. No pretendo sentar cátedra y tampoco creo que en este tema haya verdades universales, solamente opiniones personales. Me encantará leer vuestras experiencias en este peliagudo asunto.
Todo empezó cuando caí en la cuenta de que llevo tiempo leyendo menos. No me malinterpretéis: leo mucho, pero últimamente menos de lo normal. Así que empecé a analizar mis propios hábitos y enseguida supe cual era la razón. Ay amigos, era Instagram. De repente caí en la cuenta de los minutos que me robaba aquí y allá a lo largo de la jornada. Porque, ¿sabéis? Seguía a 1.300 personas, y eso es mucho decir. Mucho tiempo que dedicarle, porque por mucho scroll que hiciera nunca acababa de ver todo. Nunca. Levantaba la vista y habían pasado quince minutos. «Un minutito más y ya acabo», me decía a mí misma. Levantaba la vista y habían pasado otros quince.
Y en realidad, bien pensado, no empezó con el tema de la lectura. Quizá con la lectura la cuestión se puso ya encima de la mesa. Pero, meditándolo bien, en realidad el tema lleva mucho más tiempo en la trastienda de mis pensamientos, teniendo en cuenta los quebraderos de cabeza que me ha provocado la cuestión de la privacidad. Qué compartir, cuánto compartir, con qué criterios, con qué límites, pero sobre todo… ¿Por qué?