Los niños adoran las historias. Hay un misterioso resorte que se activa en cada uno de ellos cuando comenzamos una narración. Sus pupilas se dilatan y se clavan en nuestros labios mientras contamos las hazañas de un héroe, las aventuras de un personaje de cuento o incluso una anécdota del trabajo. Cualquiera sabe que ponerse a leer en alto un cuento en el salón es el toque de sirena para que venga una bandada de niños agolpándose para encontrar el lugar más ventajoso junto al libro. Este poder de las historias es la razón por la que, desde el año pasado, hemos enriquecido nuestra vivencia del Adviento con una genialidad.