En busca de la magia perdida

Navidad en Somalia

Por Belén Manrique

Impulsada por la última confesión de mi amiga y maestra Isis Barajas, y conocedora de que yo también he recibido su mismo talento, (con la diferencia de que he sido una sierva mucho más vaga y perezosa que ella), he decidido sacudir el polvo de mi teclado y contaros la historia de mi primera navidad (y si sigo así de animada, otro día os contaré cómo me hice periodista gracias a Isis).

Cuando era niña, a mi padre le gustaba entretenernos las vacaciones navideñas sacándonos a visitar los mejores belenes de Madrid. El del Hospital San Rafael, el de la parroquia del Santo Cristo de la Victoria, en Argüelles, cuyas luces cambiaban para que se hiciera de noche y de día; y, por supuesto, no faltaba la visita a Cortylandia. Pero sin duda lo mejor de las Navidades era la noche de Reyes. La fiesta de la Epifanía contenía una magia indescriptible, aumentada por la cabalgata que organizaban los vecinos de mi calle, Ramongo, con carrozas, pajes y Reyes Magos de los de verdad.

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Hasta pronto, amiga

Tú habías sufrido una recaída en tu enfermedad crónica, el Sida

Ahí estábamos las dos, sentadas en el suelo de la terraza de tu casa, si se le puede llamar así a un cuarto oscuro con paredes y techo de adobe, similar al que usa mi abuela en su corral para guardar las patatas de la huerta. Tú en tu mugriento colchón y yo en una esterilla en no mejores condiciones. Nos reíamos de nosotras mismas, de que las dos estábamos enfermas, bromeábamos con que Gode no es una buena ciudad para vivir. Yo llevaba varios días con un dolor articular que me impedía moverme con normalidad, tú habías sufrido una recaída en tu enfermedad crónica, el Sida, y ya apenas podías levantarte del colchón. En las últimas semanas habías perdido muchos kilos, tenías fiebre con regularidad, apenas comías… Sin embargo, me sorprendió cómo de tu extrema debilidad todavía sacabas fuerzas para dar un baño a tu hija de cinco años y trenzarle ese pelo estropajo africano.

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