Creo que no queda un solo político, economista o empresario que a estas alturas no se haya apuntado a lo de salvar la Navidad, que suena a taquillazo de animación y que se ha convertido, al parecer, en nuestra inquietud prioritaria, en un mantra que se repite una y otra vez para referirse al pan y la sal. Al sufrimiento de tantos que ven cómo se hunde su negocio y necesitan que eso no ocurra, a quienes piden aplicar ahora restricciones y cierres para frenar los contagios para no tener que vivir en enero una debacle y morirse de hambre y de pena.