Por Sara Martín
La palabra «hogar» evoca en muchos de nosotros sensaciones especiales. Nos trae a la memoria recuerdos preciosos grabados en nuestro corazón. Sensaciones únicas. Momentos imborrables. Tradiciones recibidas. Pensar en el hogar es volver al pasado, donde éramos niños, adolescentes. Donde nos sentimos queridos. Recordamos esos detalles que nuestros padres tuvieron para con nosotros. Esa comida especial que tanto nos gustaba. Ese juguete con el que tanto soñamos. El calor de nuestra casa cuando entrábamos por la puerta en invierno. El olor a bizcocho recién hecho. Hogar es ese bienestar que recorre los cinco sentidos y llega directo al alma, a la esencia de nuestro ser. Y allí permanece para siempre. En el hogar bien entendido no hay incertidumbres, menos aún las provocadas por el coronavirus y el confinamiento. Por eso, es el momento de crear y recrear hogar para no desperdiciar este tiempo tan particular.
Durante las últimas semanas reflexionaba sobre todas estas cosas y de cómo los últimos tiempos he aprovechado consciente e inconscientemente para «crear hogar» más que nunca en mi casa. En estos tiempos de incertezas necesitamos el hogar desesperadamente. Necesitamos la seguridad del afecto, de las tradiciones, de la vida sana, de la trascendencia. En un momento en el que no sabemos si mañana estaremos todos aquí, si la semana que viene los más pequeños podrán volver al colegio o si la empresa seguirá en pie, sólo nos queda volver a lo fundamental, que es el amor. Porque el bienestar bien entendido es amor, el hogar es amor, una vida bien vivida es amor. Ante la incertidumbre de la pandemia sólo nos queda responder con amor. Porque «no hay temor en el amor».