De vuelta de la Feria del Libro (en la que, por cierto, gasto el triple desde que soy madre que cuando era una friki aficionada a todo lo que oliera a literatura medieval), he sentido la necesidad de compartir en este blog mi inquietud y mi zozobra: el buenismo nos invade y cercena hasta la infancia de nuestros hijos.
No descubro nada si digo que vivimos desde hace años un auténtico boom de la literatura infantil. Las estadísticas hablan de un crecimiento editorial sin precedentes: los libros para niños representan un diez por ciento del mercado, con un crecimiento del veinte por ciento en los últimos cinco años.
Y aquí es donde entra mi experiencia como madre compradora compulsiva de libros: la deriva de cierta literatura infantil es cada vez más bochornosa. Mientras, por un lado se fomenta todo un nuevo imaginario en el que las niñas ya no son princesas sino lo que diga Mamá Feminismo que tienen que ser, por otro existe una corriente de feroz sobreprotección que se traduce en un universo de títulos para ayudar a gestionar cualquier ínfima necesidad, dolencia o conflicto de nuestras blanditas criaturas de primer mundo.
Y lo que es peor, una plétora de cuentos cuyo único objetivo es la anulación más humillante del personaje del villano: monstruos que tienen miedo de los niños, bichos que enseñan a comprender las emociones, lobos moñas que invitan a ovejitas a cenar, vampiros abstemios, brujas incomprendidas que cocinan adorables galletitas, piratas con conciencia, leones que enseñan a superar el miedo a hacer caca (!), fantasmas con cosquillas y habitantes de las sombras que al iluminarlos se convierten en tiernos peluches… Centenares de títulos expresamente dedicados a dulcificar los miedos y empeñados en desmitificar lo que fuere menester.
¿Son divertidos? Algunos sí, ciertamente. Pero no dejan de ser el retrato de una sociedad creadora de niños hiperprotegidos y «padres helicóptero» que buscan la utopía de mantener a sus criaturas alejadas de cualquier clase de angustia vital. Por no hablar del sarampión del revisionismo, donde Caperucita es vetada por sexista, Pulgarcito no mata al ogro y además es Pulgarcita, o donde se piden recomendaciones de libros de detectives “tipo Los Cinco de Enyd Blyton, pero sin referencias machistas” (sic).
“Los cuentos infantiles siempre han sido bastante siniestros –escribía hace un tiempo Santiago Roncagliolo– el leñador le abre la panza al lobo con un hacha para salvar a Caperucita, Cenicienta es esclavizada y atormentada por su horrible madrastra. Pulgarcito hace que el gigante decapite a sus hijos y luego le roba para sobornar a sus propios padres, y que no lo vuelvan a abandonar. Sin embargo, hoy en día queremos proteger a los niños de cualquier imagen perturbadora. Exigimos cuentos que solo expongan valores positivos. Evitamos los monstruos demasiado oscuros, las actividades reprobables o los personajes que fumen. Cuando la niña iba a la guardería, el padre de un compañerito quería censurar Los tres cerditos por incitación a la violencia contra los animales. La ficción es un simulacro de lo real. Prepara las mentes de los niños para la vida, y eso incluye el mal, la tristeza, el dolor. Si quitamos todo eso de los cuentos, idiotizamos a los chicos”, explicaba.
El ejemplo de los tres cerditos de Roncagliolo no es una exageración. En 2015, una profesora de la junta escolar de Wisconsin montó un buen escándalo para que se prohibiera un libro de la rana Gustavo de Barrio Sésamo porque podía “traumatizar a los estudiantes con sus representaciones de niños que viven en la pobreza”. Y hace apenas unos meses un colegio de Barcelona decidió, comisión de género mediante, retirar de la biblioteca infantil hasta doscientas obras “tóxicas”, entre ellas Caperucita Roja y la Bella Durmiente.
La cuestión es ahorrarles “sufrimiento”. Recuerdo haber leído hace tiempo una encuesta para padres del Reino Unido en la que aseguraban que, cuando leían cuentos a sus hijos, el 33% evitaba mencionar a los personajes más aterradores. Creo que si hiciéramos ahora mismo una encuesta parecida en España, los resultados serían, visto lo visto, todavía más lamentables. Los padres temen exponer a sus hijos al miedo, al de la vida real y al de ficción. Y sin embargo, el mundo puede ser un lugar aterrador, infestado de acosadores, abusadores, ladrones, falsarios y vampiros de diversa índole. Y saber cómo enfrentarse al miedo es algo bueno. Sentir un miedo sano -digamos, literario- es una experiencia catártica para los niños. La lectura, al plantear una serie de situaciones que desencadenan angustia, nos lleva ser conscientes de que el mal existe, que se puede superar y que a través de la literatura quizá podemos encontrar una estrategia o una salida. “Estas historias les sugieren fantasías que tal vez por ellos mismos no podrían imaginar y les ofrecen finales felices que pueden hacer florecer en ellos la idea de que aquellas cosas que se combaten pueden ser superadas o transformadas, a la vez que colaboran a su fortalecimiento moral”, explica M.ª Paz Jiménez Carvajal, de la Universidad de Granada.
Sin los malos del cuento, los niños tardan más en ser autocríticos y en saber cuándo se portan bien o mal. Y el mal no se combate desde la ignorancia. Volviendo a Roncagliolo: “Si eliminamos de los libros todo lo que nos parezca inapropiado, no salvaremos a nuestros hijos de las malas ideas. Al contrario, los volveremos incapaces de reconocerlas. Lo que sí lograremos es que los chicos abandonen la lectura y se entreguen a la PlayStation, donde pueden matar a un montón de gente sin que nadie se queje”.
Y colorín colorado…
7 comments
Y que no se nos olvide que en el día importado de Halloween, víspera del día español del primero de noviembre, algunisalgunos se dedican a vestirles de bichos, zombies y cualquier cosa horrorosa que se ocurra desde que son niños pequeños, incluso algún que otro bebé.
Gracias por la claridad!
Se trata de desdramatizarlo todo. También la vida adulta en la que todo es banal si así conseguimos no «sufrir»: la verdad -demasiado fuerte, demasiado intensa- el amor, el compromiso, incluso el sexo al que las pantallas liberan de la carne.
Desde la infancia, la supresión del drama.
Dramático.
«…hace apenas unos meses un colegio de Barcelona decidió, comisión de género mediante, retirar de la biblioteca infantil hasta doscientas obras “tóxicas”, entre ellas Caperucita Roja y la Bella Durmiente». Si esto no es censura… alucino. Muy buena entrada. Muchas gracias y comparto!
Me ha encantado lo leído, muy claro y con un aporte de ideas muy valioso. Gracias!!
Gracias, Mar, por ponernos alerta…qué absurdo todo! Esperamos tus recomendaciones de cuentos de «verdad» para niños! Muchas gracias;
Y enhorabuena a todas por el blog!
Al igual que dice Maria.. esperamos tus recomendaciones apropiadas para niños. ¿¿que libros nos propones??
Muchas gracias!!!!
Totalmente de acuerdo con el artículo. Tampoco hay que olvidar las ilustraciones tan horrorosas de los libros infantiles de hoy en día. No hay interés en mostrar la belleza de las cosas y con respecto a la literatura juvenil actual, está hipersexualizada como los libros de Blue Jeans.
Enhorabuena por elblog