Caldo de cultivo de nuestra estridente insignificancia, las redes sociales son, por lo general, eco y espejo de nuestras miserias. Pero hay veces en que lo son también de nuestras pequeñas grandezas. Jorge Ribera ha sido maestro de lo segundo.
A Jorge lo conocí de casualidad -o quizá no- navegando por las procelosas aguas de Twitter, donde recalé un día en un perfil, @suitedelresort, suficientemente potente como para hacer que me detuviera, entre admirada y conmovida. Desde su cuenta “Aislado en mi suite”, Jorge se definía: “Smile Soldier. Aquí voy relatando lo que me va pasando en mi aislada estancia, día a día, en la Suite del grandísimo Hospital-Resort La Fe de Valencia”. Desde allí, tirando de humor y redaños, Jorge iba contando y poniéndonos en danza. Cada vez que los embates de la leucemia le dejaban, entre punción lumbar y aspirado de médula, Jorge, que ante todo era hombre de fe, nos invitaba a rezar (él decía “mandar refuerzos”, “duplicar la artillería” o “presionar al Jefe”) no solo por él, sino por infinitos casos de compañeros de hospital, amigos o conocidos sufrientes que en aquel momento necesitaban de apoyo. Siguiendo la estela del inmenso Pablo Ráez, pedía también donaciones de médula; pero Jorge hacía, además, la lectura trascendente.