Soy una mujer muy de listas, de propósitos, de agendas, de nuevos comienzos. Lo sabes. Me encanta estrenar cosas, los cambios a mejor, pero al mismo tiempo me chiflan las rutinas cumplidas, el orden establecido y la estabilidad de lo previsible. Así que, como bien puedes imaginarte, para mí el final del año y el comienzo del siguiente son momentos de reflexión y de echar la vista atrás, sí, pero también y sobre todo de nuevos propósitos y de mirar hacia delante con ilusión.
Dado que estamos ya al final del año (¡quedan sólo quince días para dejar atrás el año que nos trajo a Chiara con el parto más hollywoodiense de la historia!) estoy en modalidad «año nuevo» y llevo varios días pensando qué propósitos meter en mi agenda a partir de enero. Comer mejor y hacer deporte es casi un clásico que año tras año renuevo fallidamente, así que estaba pensando en quitarlo directamente, pero como sé que me reñirías si al menos no lo intento, ahí se quedará, un año más. ¡Espero tener más suerte que los anteriores!
En cualquier caso, mi gran propósito del 2018 eres tú.
Sí, has leído bien. TÚ.
Nunca lo había pensado, lo reconozco. Muchas veces doy por hecho que…
…estás y estarás siempre ahí para mí,
…que me quieres y me querrás,
…que tendrás paciencia,
…que seguirás aguantando mis nuevas -y brillantísimas, por cierto- ideas para renovar la casa,
…que seguirás montando muebles,
…cambiando bombillas,
…ocupándote de los papeles,
…haciendo la compra,
…apoyándome en mi amor por mi vocación a la maternidad a tiempo completo,
…animándome para que haga cursos y amplíe mis intereses,
…empujándome a que salga de casa para quedar con una amiga mientras tú te quedas con las niñas,
…ofreciéndome tu hombro para llorar y tu paciencia para escuchar mis quejas,
…acariciándome el pelo en cuanto tienes ocasión porque sabes que me encanta,
… y así un largo, larguísimo etcétera.
Y sin embargo la vida es corta. Nadie nos garantiza que estaremos aquí mañana. Por eso, quiero apreciarte como don gratuito e inmerecido que eres. «El Señor me lo dio», efectivamente. Pero también me lo puede quitar. Estos últimos días lo pienso mucho: los hijos llegan, pasan, pero luego justamente se irán, harán su propia vida. Pero tú y yo, si Dios lo permite, nos quedaremos de nuevo solos, el uno con el otro. No quiero que llegado ese día sienta que estoy con un desconocido. Quiero conocerte muchísimo mejor que hoy. Quiero haber construido un sólido castillo con proyectos comunes, nuestra misma visión de la vida, amor y respeto… Y por supuesto, Dios en la base.
Por eso, me comprometo en el 2018 a trabajar en primer lugar en mi vocación de esposa. Quiero apoyarte, animarte a ser siempre mejor, apreciar (y no dar por hecho) todo lo que haces en casa, valorar el tiempo que pasas con nuestras hijas, hacer de ti un hombre maravilloso a sus ojos, ser tu mejor amiga, tu confidente, tu tranquilidad, tu mayor cheerleader, pero, sobre todo, tu compañera en nuestro camino hacia la eternidad. Nuestro matrimonio se fortalecerá y además nuestra familia sera la segunda beneficiada. Ya estás en el número 1 de mi lista.
Y en el último lugar de esa lista ya sabes lo que dejo…
5 comments
Fantástico post. Me lo apropió. Gracias
¡Qué buena idea!!!!
Le voy a decir a mi mujer que te copie el propósito, ja, ja, ja :)))
Bueeeno, vaaale, también intentaré aplicarme el propósito a mí mismo y hacia ella.
Precioso proposito me has hecho reflexionar
Me suena lo de acariciar el pelo 🙂 Gracias Sara, por la valentía de proponerlo así, tan directo, tan esponsal.
Gracias, Sara, por recordarme mi primera misión: Ser Esposa.
Un abrazo y que Dios nos ayude!!!!