Supongo que ninguna mujer espera quedarse embarazada de gemelos. Quizá si tiene antecedentes en la familia pueda imaginárselo como una posibilidad real. Pero ese no era mi caso. En cambio, yo sí lo esperaba. Tenía la extraña certeza de que esperaba dos bebés antes de hacerme, ya en la semana 13, la primera ecografía de mi cuarto embarazo. Diré más: en el fondo, lo deseaba. Y me gustaría explicar por qué.
Hace aproximadamente tres años, mi amiga María José me recomendó un libro maravilloso que ha marcado profundamente nuestra vida familiar. Se llama Santos de lo ordinario (Homolegens), de Hélène Mongin, y que, por desgracia, ahora mismo no es muy fácil de conseguir (os dejo el enlace de Criteria Club, donde a fecha de hoy lo tienen). Trata de la vida real de un matrimonio normal del siglo XIX, afincado en Aleçon (Francia). Emprendedores y trabajadores ambos (ella regentaba una empresa de costura y él, una relojería), fueron padres de cinco hijas y de otros cuatro pequeños que murieron siendo bebés o en muy tierna edad. En su vida corriente como matrimonio no sucedieron grandes cosas: se ocupaban de sacar adelante a sus hijas, de darles una buena educación, de trabajar y de lidiar con el día a día de una familia normal… Ella murió de cáncer de mama a los 46, y él vivió 17 años más hasta que falleció en una residencia de ancianos aquejado por una enfermedad mental.
Si su vida puede parecer de lo más ordinaria, el modo en que la vivieron fue del todo extraordinario. Y lo fue simplemente por la manera en que se amaban el uno al otro, en que afrontaron la muerte de sus hijos (algunos fallecieron por negligencias cometidas por las nodrizas que los amamantaban, ya que Celia no podía dar el pecho debido a su incipiente enfermedad), en que trataban a sus empleados, en que gestionaban la economía familiar, en que cuidaban y velaban por sus hijas (una de ellas, muy conflictiva)… Y es que su fe no era de postureo, sino que lo impregnaba todo. No por casualidad sus cinco hijas acabaron siendo todas monjas de clausura; la pequeña, santa Teresa de Lisieux. Y aquella hija conflictiva, Leonia, está ahora en proceso de beatificación. Ellos, Luis Martin y Celia Guèrin, son el primer matrimonio canonizado de forma conjunta en la Historia de la Iglesia. Y lo más importante, su santidad no ha sido reconocida porque fueran mártires u otras razones ajenas a su vida conyugal (como sí hay otros muchos casos), sino única y exclusivamente por la santidad vivida en el seno de su matrimonio.
No es fácil encontrar ejemplos de santidad matrimonial que salgan a la luz. Hay muchos, estoy convencida de ello, pero no se conocen. Y, sin embargo, a aquellos que hemos sido llamados a la vocación del matrimonio nos ayuda enormemente ver como real la posibilidad de la santidad en la vida vulgar, corriente e incluso caótica de una familia cualquiera. No entraré en más detalles sobre la vida de Luis y Celia, pero sí diré que conocerlos me ayudó para empezar a vivir con un sentido renovado mi vida familiar y conyugal. Se convirtieron, pues, en mis santos de cabecera y, cuando tenía un mal día o la vida se me echaba encima, entraba en «diálogo» con Celia y le pedía que me echara una manita. Nunca me ha dejado en la estacada.
Y esto… ¿qué tiene que ver con los mellizos?
Cuando en marzo de 2015 anunciaron que Luis y Celia Martin iban a ser canonizados en el siguiente mes de octubre, una idea empezó a rondarme en la cabeza. Me encantaría ponerle sus nombres a algún hijo mío. Pero, claro, tanto si ponía un nombre como el otro, la cosa iba a quedarse bastante coja, puesto que santos eran los dos, el uno por el otro, y no por separado. Así que se me ocurrió decirle lo siguiente a Celia Guèrin en uno de esos diálogos míos con ella : «Qué bonito sería tener mellizos y así poder ponerles vuestros nombres». Rápidamente me di cuenta de mi locura transitoria, recapacité y salté de inmediato: «¡Pero no te lo estoy pidiendo!». Hay que tener cuidado con lo que se dice a los nuevos santos…
Al poco tiempo me quedé embarazada y hasta mediados de agosto de ese 2015 no me hice la primera ecografía, en la semana 13 de embarazo. Durante el verano me notaba con más tripa de lo normal para estar en el primer trimestre y los síntomas de sueño y agotamiento nunca los había tenido tan fuertes. Me rondaba una y otra vez la idea de que pudieran ser dos, y, de algún modo, me ilusionaba muchísimo pensar en esa posibilidad. Lo hablaba con mi marido, que también acabó cautivado por la vida de estos santos, y se ilusionaba conmigo. Pero, por otro lado, procuraba quitármelo de la cabeza porque me parecía una ida de pinza en toda regla. Tal era mi obsesión que se lo conté a una amiga en verano. Si por una remota posibilidad, iba a tener gemelos, quería contar con algún testigo imparcial de que no me había inventado yo una historia tan absurda… Me dijo que estaba como una cabra por desear tener dos de golpe y allí quedó todo.
Cuando fui al ginecólogo y empezó a hacerme la ecografía todo parecía que estaba bien. Se veía un bebé estupendo, moviéndose, con latido… todo perfecto. «¿Has visto, Isis? Es solo uno, serás insensata…», me dije no sin cierta decepción. Pero, en ese momento, mi médico movió el transductor del ecógrafo y vi lo que me pareció otra bolsa en una esquinita de la pantalla. «¡Anda! ¡Tenemos sorpresa!», me dijo el ginecólogo sonriente. ¡Allí estaba el otro! Mi corazón dio un vuelco, literalmente. No pude parar de llorar, sonreír con cara de boba y de temblequear durante todo el tiempo que duró la consulta. Llamé a mi marido enseguida: «Me han hecho una ecografía y están los dos bien». Silencio. Incredulidad. Finalmente, profunda alegría… Lloramos un rato emocionados cada uno a un lado de la línea. ¡Eran dos! Celia, querida, me la habías liado pero bien.
Hasta la ecografía de la semana 20 no nos confirmaron que eran niño y niña. En el fondo, no me esperaba que pudiera ser otra posibilidad. Después de la que había montado mi querida Celia, no iba a dejar la faena a medio terminar.
La llegada de estos dos pequeños a nuestra vida ha sido una auténtica revolución. Nacieron en febrero de 2016, un primer viernes de mes, en el Año de la Misericordia convocado por el Papa Francisco, y a las tres de la tarde (hora de la Misericordia), mientras mi marido rezaba la Coronilla al otro lado de la puerta del quirófano donde no le dejaron entrar. Este fue un año de gracia tras gracia para nuestra familia. Una de ellas fue en el mes de septiembre, cuando pudimos tener unas reliquias de los santos Luis y Celia en casa durante toda una semana. Providencialmente, el delegado de Pastoral Familiar de la Archidiócesis de Toledo, Miguel Garrigós, nos las hizo llegar.

A veces vivimos inmersos en lo material y en lo tangible, sin darnos cuenta de que hay todo un mundo inmaterial y espiritual que puede entrar en relación con nosotros si dejamos que así ocurra. El nacimiento de estos mellizos no es un milagro, pero sí es una gracia, una caricia maravillosa de Dios hacia nuestra familia a través de la intercesión de este matrimonio santo. Estos dos pequeños nos recuerdan que estamos llamados a la santidad matrimonial y familiar, y que nuestra misión como padres es llevar a nuestros hijos al Cielo, como siempre repetía santa Celia.
No hay forma humana de agradecer tanto don recibido con estos gemelitos. Creedme si os digo que me cuesta horrores contar algo tan personal como esto y he dudado mucho en si hacerlo o no, pero sentía que era de justicia hablar de las maravillas del Señor a través de esta humilde historia, y divulgar, aunque sea someramente, la vida de estos dos santos de la vida ordinaria que tanta luz pueden dar a otros muchos matrimonios. Ojalá alguna editorial se anime a reeditar el libro… Ahí lo dejo, señores.
Creo que no hace falta que os cuente cómo se llaman nuestros mellizos.
19 comments
Me encantó!! Gracias por contarlo!
Me ha encantado!! Nuestras gemelas tambien son lo mejor aunq son solo las primeras!
¡Que sean las primeras tiene mucho mérito!… Para mí fue una ventaja que fueran los cuartos, porque ya tenía algo de experiencia. ¡Gracias!
Saludos Isis. Me gustarīa hablar contigo sobre tu testimonio de Luis y Ceci.
Escríbeme, si quieres, a través de la página de contacto del blog. ¡Un saludo!
Me ha encantado tu historia con los gemelos, Isis. Y te doy las gracias por contar algo «tan tuyo».
¡¡Felicidades!!
¡Gracias a ti por leerlo! Lo bueno hay que compartirlo, aunque cueste y nos dé vergüenza.
Preciosa historia! Que caricia De Dios!
Como me gustaría leer el libro….lo intentaré buscar.
Gracias por contarlo!
Sí, búscalo que seguro que no te arrepientes. Hay otros sobre la familia, pero a mí este me parece el mejor. ¡Gracias!
Aquí me tienes, llorando a moco tendido a las 7.29 de la mañana del sábado por esta historia tan bonita. Desde luego hay que tener “cuidado” con lo que se pide 😂😂😂. Y estupenda la historia de los padres de Santa Teresa que no conocía.
Ay, y a mí me emociona que lo hayas recibido así… ¡un millón de gracias! Y mira que yo no lo pedí… lo deseé sin querer que es incluso peor… 🤣 Dios pone deseos en nuestro corazón para colmarlos.
Enhorabuena! Si supiésemos de verdad lo mucho que pueden ayudarnos desde arriba… Gracias por recordarlo!
No para de emocionarme, aunque la conocimos y vivimos de cerca… Lo mejor va a ser contársela a ellos y hacer memorial con ellos de una gran obra de Dios en lo cotidiano 😉
Maravilloso. Gracias por decidirte a compartirlo.
Conozco de primera mano la historia, y no he podido sin embargo no emocionarme al leerla y recordarla. Leeré con ilusión el libro que recomiendas, Isis, que justo hoy ha caído en mis manos.
¡Qué bien, Rafa! Espero que disfrutes mucho del libro… que es una joyita (como tu mujer 😉). Gracias, amigo!!!
Que pasote! Vaya guiños de dios, si es que tiene una fantasía enorme! Me ha encantado. Me encantan los nombres, nosotros tenemos una celia en el cielo. Martín me gustaba para nuestro sexto pero al final nada. Estupendo. Voy a buscar el libro.
Simplemente encantador. La grandeza de Dios es inimaginable. Gracias por compartir este bello testimonio. Bendiciones.
Sí, está llena de sorpresas maravillosas. ¡Gracias, Diana!