Hasta pronto, amiga

Tú habías sufrido una recaída en tu enfermedad crónica, el Sida

Ahí estábamos las dos, sentadas en el suelo de la terraza de tu casa, si se le puede llamar así a un cuarto oscuro con paredes y techo de adobe, similar al que usa mi abuela en su corral para guardar las patatas de la huerta. Tú en tu mugriento colchón y yo en una esterilla en no mejores condiciones. Nos reíamos de nosotras mismas, de que las dos estábamos enfermas, bromeábamos con que Gode no es una buena ciudad para vivir. Yo llevaba varios días con un dolor articular que me impedía moverme con normalidad, tú habías sufrido una recaída en tu enfermedad crónica, el Sida, y ya apenas podías levantarte del colchón. En las últimas semanas habías perdido muchos kilos, tenías fiebre con regularidad, apenas comías… Sin embargo, me sorprendió cómo de tu extrema debilidad todavía sacabas fuerzas para dar un baño a tu hija de cinco años y trenzarle ese pelo estropajo africano.

Por fin sonreías. Cuando hacía unos minutos llegué a tu casa, me recibiste con un rostro desanimado. El día anterior me habías echado en cara que no estábamos cuidando lo suficientemente bien de ti mientras que sí lo hacíamos de otra de las mujeres que también estaba enferma. Exclamaste que ibas a acabar como Fatuma, una de las prostitutas de la ciudad que había muerto de Sida hacía un mes. No supe qué contestarte, te veía hecha un esqueleto y pensé que sí, que tenías razón, que no te habíamos cuidado lo suficiente, que tu suerte sería la de Fatuma. No dije nada pero decidí actuar, te di dinero para comprar comida, me llevé vuestra montaña de ropa sucia para lavarla y hoy volví a visitarte. Cuando por fin habías comenzado a sonreír, sonó el claxon del coche, me venían a recoger, así que me despedí con prisas. Esa fue la última vez que te vi.

Al día siguiente se decidió que yo cogería un avión a Addís Abeba para visitar un buen médico. No entendía por qué yo, que no estaba grave, tenía la oportunidad de subirme a un avión y visitar un buen médico, y tú, que te estabas muriendo tirada en el suelo dejando huérfanas a dos niñas, no podías subirte también a ese avión. Y le pedí a Dios que te lo concediera.

Pero en realidad la injusticia en nuestras vidas comenzó desde el primer segundo de vida, porque yo nací en un continente del hemisferio norte y tú en uno del sur.  Tu madre murió al dar a luz a ti y a tu hermana gemela, que también falleció en el parto. Probablemente por falta de una buena asistencia médica. Cuando tenías dos años, perdiste a tu padre, años después a tu abuela, y desde entonces fuiste pasando de unos brazos a otros sin que ninguno te quisiera realmente.

Que nunca habías recibido amor lo noté en tu rostro el día en que te conocí. Yo solía acudir a jugar con tus hijas y otros niños de los prostíbulos de la ciudad de Gode. Tus hijas me habían llamado la atención por ser niñas despiertas y alegres, en contraste contigo, que tenías siempre un rostro serio y el ceño fruncido. De hecho, al principio apenas intercambié palabra contigo porque me dabas un poco de miedo. Pero no recuerdo muy bien cómo fue que comenzamos a tener contacto. Una mañana me dijeron que estabas enferma y acudí a verte. No olvidaré esa imagen. Estabas tendida en el mismo colchón mugriento de tu cuarto oscuro del prostíbulo. Te estabas muriendo y allí estabas tú, totalmente resignada no esperando hacer nada por salvar tu vida ni que nadie lo hiciera por ti. La vida te había dado tantos palos que habías terminado perdiendo las fuerzas para seguir luchando. A los 12 años ya estabas trabajando como sirvienta de hogar, a los 14 te juntaste a un hombre, seguramente para huir de la pobreza y la soledad. Cuando tuviste a tu primera hija, tu suegra te rechazó por pertenecer a una etnia distinta de la de su familia y te separó de su hijo. Tuviste tu segunda hija con otro hombre, que también te abandonó. Madre soltera y analfabeta. Perdida toda esperanza, comenzaste a prostituirte como único medio posible para sacar a tus hijas adelante, y así fue cómo contrajiste el Sida.

Tras comprobar que tenías fiebre alta, te prometí que volvería para llevarte al hospital y por primera vez noté que lo agradecías. De ésa te recuperaste, y Dios te concedió un último año de vida en el que creo que no me equivoco cuando afirmo que pudiste saborear por primera vez en tu vida el amor, la alegría y la verdadera paz. Dejaste la prostitución gracias a que la Iglesia te abrió sus puertas y te dio una oportunidad de empezar de cero, trabajando confeccionando carteras que luego vendíamos por ti en Europa. Tus hijas pudieron asistir por primera vez a la escuela. Tu carácter cambió por completo. Pasaste de ser una mujer malhumorada y una madre dura, a una cariñosa y alegre.

Mi avión me llevó a Addís Abeba y de allí a Madrid, dónde me pude recuperar. Dios me escuchó y pocas semanas después, como seguías grave, viajaste con tus hijas a la ciudad más grande cercana para que fueras atendida en su hospital. Hoy me han dado la noticia de que has fallecido. Mis ruegos han sido doblemente escuchados, has viajado hasta el mismo Cielo, y ya estás presenciando lo que en la Tierra solo habías vislumbrado como en un espejo: el Amor de Dios. Él te puso en nuestro camino en su infinita misericordia para prepararte para vuestro encuentro. Ahora sí se acabaron las penas, el pasar hambre, enfermedad, el dormir sin techo, la preocupación por tus hijas… Por fin vivirás una vida plena para toda la eternidad. Me has adelantado, amiga. Guárdame un sitio allí arriba. 

También te puede gustar...

3 comments

  1. W O W
    Impresionante. Vas escribir más a menudo? Vaya experiencia. Me parecía estar allí contigo mientras leía. Tengo una debilidad por África desde pequeña. Quien sabe. Por ahora me acerco a África a través de las mamas del colegio y sus peques preciosos. Me quieren mucho ja ja ja y suelen ser ellas las que vienen a informarme de las ayudas que puedo pedir por familia numerosa. Increíble.

  2. Linda experiencia,es maravilloso saber que Dios esta allí para esas personas en medio de tanta incertidumbre, muchas bendiciones Belén; te recuerdo mucho desde San Francisco 😚😚😚😚

  3. Ufff qué maravilloso testimonio del amor de Dios, impresionante, me haz dejado llorando… a menudo me pregunto si lo nuestro es la Misión. Qué gran regalo tienes de tener un sentido tan concreto e importante para tu vida. Realmente impresionante!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *