La primera que nos estimuló, hijo, fue una de las enfermeras del hospital. Habías llegado sin avisar con un cromosoma de más y nosotros estábamos aún en shock, ya ves tú. Las palabras de aquella mujer envolvieron como un bálsamo nuestro deplorable estado anímico: “Enhorabuena”, nos dijo. “Yo también tengo una niña con síndrome de down y os aseguro que vais a ser los padres más felices del mundo”. Uno de los mejores estímulos de nuestra vida, sin duda.
Los abuelos y las tías nos estimularon mucho también. Te llenaban de besos, nos cuidaban a tu padre y a mí, que andábamos hechos unos zorros. Tú no, hijo. Tú ya naciste jabato, con tu cardiopatía puesta, preguntándole al mundo desde tus infinitos ojos azules adónde hay que ir, qué hay que hacer, dónde hay que firmar, dónde dice que puedo espabilar a mis padres. Y cómo sabías tú ya lo necesaria que era la estimulación temprana que me diste el mejor de los puerperios: calladito, sin dar una mala noche, llorando siempre de puntillas, por no molestar; comiendo si te daba de comer, y si no, durmiendo, o animándome con tus gorjeos. Una estimulación silenciosa que se ha prolongado en el tiempo y que sigue haciendo de ti la persona con la que más fácil resulta convivir en este mundo.
Tu primera pediatra, que lo sepas, nos estimuló mucho, también. Tenía un buen sistema: cada vez que entrábamos por la puerta nos miraba de arriba a abajo entre la sorna y la ternura, nos llamaba primerizos, te comía a besos a la par que te hacía perrerías y decía que estabas como un toro. Luego nos daba un montón de papeles con citas para todos los departamentos médicos de La Paz, nos daba su bendición y nos decía que durmiéramos, que teníamos mala cara. Muy fan de tu pediatra.
En la fundación Down Madrid, que es un sitio donde también saben bastante de estimulación temprana para padres, nos calaron enseguida: “¿Qué os preocupa?”, nos preguntó una amable señora el día que entramos por la puerta, más perdidos que un pulpo en un garaje. “Todo”, le respondimos. “Muy bien, pues por si os sirve, mi hijo con síndrome de Down tiene ahora mismo veinticinco años. Esta mañana se ha levantado, ha desayunado, se ha duchado, se ha vestido, ha cogido el autobús para ir a trabajar, luego ha quedado con unos amigos y no le voy a volver a ver el pelo hasta por la noche…”. A ver, por favor. Que no se debe estimular de modo tan salvaje, hay padres que no estamos preparados. No se le puede decir a unos progenitores malformados y culturalmente convencidos de que su hijo es un ser enfermo, diferente, estigmatizado de por vida y chupóptero demoledor del sistema sanitario nacional que todo eso es una gran falacia. Hay que ir poco a poco; explicar que estás tú más enfermo con tu hipertensión que él en toda su suma de catarros, preguntar qué entendemos exactamente por diferente, concréteme usted; apuntar con delicadeza que chupa más del sistema tu esquizofrenia militante o tu desesperanza crónica que sus tratamientos de logopedia que le servirán para poder pronunciar mejor “hola, me llamo Luis y soy maestro” el día de mañana. No sé, todo eso.
Otro que nos estimuló mucho también fue el cirujano que te operó a los cinco meses a corazón abierto: “A este niño, caña”, nos dijo. Literal. Qué tío más grande. Fíjate si me vine arriba que ese verano, y al otro, y todos, te he intentado bañar en el agua de las islas Cíes, pero por ahí no pasas. Te encoges entre mis brazos como si hubiera pirañas de panza roja bajo tus pies. Lo comprendo. Y eso que la última vez el agua rondaba los diecisiete grados, no estaba mal. Pero no te preocupes, tu padre y yo volveremos a intentarlo este verano. El cirujano, sin duda, estará orgulloso de nosotros.
¿Y tu hermano? Qué decir de tu hermano, al que podríamos llamar El Gran Estimulador. Nuestro y tuyo, ojo, que a ti también te hace falta un poco de estímulo, hijo. Vale que recojas la mesa, que te peines con maestría frente al espejo, que reces el Padrenuestro de corrido o que hayas convertido los centros comerciales en tu escape room de cabecera, pero no puede ser que a tus cinco años te pongas a buscar como un poseso vídeos de Mickey Mouse en la tablet sin que alguien te llame al orden y te explique que la prioridad es siempre el cuento de los Tres Cerditos, luego el resto de libros, y luego, a años luz, la tablet. O que te dé por desayunar petit suisse y jamón serrano. No, hijo. Ahí está tu hermano para recordarte, a sus tres añitos, que hay un orden en la vida: primero el cola cao, luego las galletas, luego la tostada, luego el jamón y luego, acaso, el petit suisse. Gran estimulador, tu hermano : “Tito, no te bajes de la cama!” “¡Tito, no seas escapista! (sic)”, “¡Tito, no hagas ruido con los dientes! Tito, que se dibuja la casa de paja primero, luego la de madera y luego la de ladrillo!” “Mamá, mamá, mira al Titooooooooo…!!”. .
Aunque, sin duda, la mejor estimulación ha sido la que ha venido y sigue viniendo cada día de tu mano. Contigo hemos adquirido funciones básicas como el conocimiento o la perseverancia, experimentado la maternidad y la paternidad más plena y alcanzado una importante mejora de habilidades como la gratitud, la paciencia, la entrega o la serenidad. Tú nos ejercitas y ensanchas el corazón, nos enseñas el tempo de la auténtica vida, nos desarrollas el lenguaje del amor mayúsculo, nos fomentas la alegría del espíritu. Gracias a ti sabemos más de la vida, somos algo menos ignorantes que antes de conocerte y un poco más sabios, aunque nunca, nunca lo seremos tanto como tú.
Como dice tu amantísimo padre: el mundo, hijo, se dignifica allá donde tú vas.
Ojalá todos tuvieran la suerte de tenerte.


12 comments
Maravilloso post. Muchas gracias. Aunque no cabía esperar otra cosa con esa cita de Tolkien que acompaña tu foto.
Que Dios os siga bendiciendo.
Gracias, Alejandra! Al profesor Tolkien respeto, siempre. 😉
Qué bonito escribes. Maravillosa historia, maravillosa familia
Piropazos, Pilar. Mil gracias!!
Magnífico. Estimulador. Gracias.
Qué alegría, cuánto estímulo generalizado. Gracias, Pepe!! 😀
Precioso…¡gracias por compartirlo!
Enhorabuena, habéis tenido un hijo superdotado emocionalmente, nos dijo el pediatra, a nosotros, cuando Álvaro tenía días. Nunca olvidaré aquellas palabras. Fueron un gran estímulo para nosotros y marcaron un antes y un después en nuestras vidas. Nos hicieron ver a nuestro hijo de otra forma. Sin ponerle límites y asumiendo que tendría capacidades diferentes a nosotros, pero que tendría mucho que enseñarnos. Dos años después de aquello, así ha sido.
Raquel, un besazo para ese Álvaro, que tiene que ser lo más grande!!
Me descubro ante vos, Oh señora de los patitos!
Si la pluma del Cherokee emociona, la vuestra llega certera al corazón!
Besos y abrazos para toda vuestra maravillosa familia!
Heuretaaaa, mil gracias!! Qué bueno que viniste! 😀
Muchísimas gracias por tu testimonio… sois un tesoro para todos!!!