El cáncer y la cebolla

Cuando aparece el cáncer de mama

Me llamo Laura, tengo 38 años, y estoy casada desde hace casi siete con José Antonio Méndez, periodista y serio aspirante a la santidad (aunque él, como todo presanto que se precie, se escandalizará cuando lea esto último). Soy profesora de Matemáticas en un instituto público, y para terminar esta presentación, añadiré que no soy supersticiosa, a pesar de que fue, precisamente, un martes 13 de marzo de 2012 cuando me diagnosticaron un cáncer de mama de grado 3. El pronóstico fue bastante regular, porque el tumor había estado creciendo durante los casi seis meses que transcurrieron desde el nacimiento de nuestro primer hijo, Mateo. Una negligencia de esas que a veces se escuchan… pero vivida en primera persona. Me noté un bulto muy grande, pero cuando fui a la cura de los puntos tras el parto, la ginecóloga sentenció que se trataba de un bulto de leche al que no había que darle mayor importancia… sin ni siquiera palparlo. Seis meses después, cuando volví algo preocupada porque aquello no desaparecía, la película era otra muy distinta. Y, desgraciadamente, los protagonistas éramos nosotros.

Hace cinco años y casi una vida entera de aquello.

Esta mañana, me venía a la cabeza el símil del cáncer y la cebolla. Si buscas “propiedades de la cebolla” en Google, verás que contiene vitaminas y sales minerales, azufre, fósforo, hierro, calcio, sodio, magnesio… y que es muy buena para la tos, el catarro, la gripe, la bronquitis… Pero si sólo cogiésemos la primera capa, esa que es tan fina que parece papel celofán, apenas podríamos sacarle provecho alguno. Al cáncer le pasa algo parecido.

La primera capa, esa que te encuentras nada más recibir el diagnóstico, es la del miedo. Es pegajosa y a menudo impregna todas las demás. A diferencia del papel celofán, es una capa densa y muy espesa. Podía reconocerla cada vez que veía a nuestro hijo Mateo de sólo seis meses, o cuando observaba a Jose ejerciendo de padre y madre al mismo tiempo. Estaba también presente durante las sesiones de quimio, en los efectos secundarios de aquellas inyecciones trimestrales que provocaban una menopausia inducida, o cuando me miraba al espejo y me reconocía a mí misma… pero con setenta años: sin pelo, casi sin cejas, y con una cara y un cuerpo que no darías por tuyos, hinchados por tanto arsenal químico.

La segunda capa en nuestro caso apareció muy pronto, casi simultáneamente con el diagnóstico, y no es casualidad que fuese descubierta en el mismo instante en que pedíamos oración, vía email multitudinario, a nuestros amigos (creyentes y no creyentes) y a nuestros hermanos de la Comunidad de Cursillos de Cristiandad. Es la capa del capital de Gracia. Recuerdo la frase de Jose: “Lau, sabemos que viene el enemigo, pero no sabemos cuántos son; es hora de preparar nuestras tropas para hacerle frente”. Lo que no sospechábamos es que en esta guerra se iba a derramar tanta Gracia. Escribí una lista, en un cuaderno pequeño y muy manejable que me acompañó a cada sesión de quimio, radio y quirófano, en la que fui apuntando nombres y situaciones por los que ofrecer la enfermedad y todo lo que con ella estábamos viviendo. A cada persona que le pedíamos que rezase por nosotros, le invitábamos a confiarnos sus intenciones para ofrecer por ella lo que íbamos pasando. Sabíamos que venían tiempos muy complicados, que teníamos un importante capital de Gracia para poder ofrecer, y así lo hicimos.

La lista no tardó en ir creciendo: la encabezaba Mari Sol, una entrañable señora mayor que me encontré en la primera prueba, esa que sentencia si hay metástasis o no. Siguieron amigos, y amigos de amigos, con situaciones que nos iban encomendando y que nosotros recibíamos como un verdadero tesoro.

Esta capa fue clave, porque sin ella habría sido imposible pasar a las siguientes…

La tercera capa es la de aprender a VIVIR. O mejor dicho, desaprender lo que llevas 33 años haciendo para sobrevivir. Soltar las riendas y confiar en Dios. Luchar cada día por no recrear escenarios, vivir el momento, pedirle al Señor en la misa de la mañana fuerzas sólo para ese día. Para el hoy. Para el ahora. Luchar por desligar la palabra cáncer de la palabra muerte. Y descubrir que se puede tener cáncer y ser feliz al mismo tiempo.

La cuarta capa es una de mis favoritas. Igual que la primera, a menudo tiene resonancias en las demás, pero si lo hace, es para llenarlas de luz y esperanza. Es la capa del master en amor humano. Se va desarrollando poco a poco, cada vez con más firmeza y mayor densidad. De esta capa podría hablar Jose mucho mejor que yo, porque estoy segura de que él fue el sujeto activo y yo el sujeto pasivo (aunque siempre que nos preguntan, decimos que el otro se llevó la parte más dura en todo este proceso).

Es la capa de la verdad, donde se pone en juego quiénes somos y quiénes queremos ser. Donde se decide que “me entrego a ti en la salud y en la enfermedad… para así amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Y por cada dardo de la primera capa del miedo, esta otra acude como un bálsamo. Y te ves mirada hacia dentro, con un amor tan infinito, que es capaz de saltarse la caricatura de ti misma en la que te ha convertido todo esto, para volver a conectar con tu yo de verdad. Y volver a ser una sola carne. Y saber que es para siempre. Pase lo que pase. Que con la Gracia de Dios no hay cáncer que mate el amor. Y vuelves a vivir una vida nueva, paradójicamente más plena y consciente de lo que jamás habías imaginado…

Y como ocurre con la cebolla, hay mucho más que sorprendentemente va apareciendo y enriqueciendo tu vida a raíz del cáncer. Porque el ciento por uno del Evangelio es palabra viva… y mientras escribo estas líneas, pienso en Garbancito, el bebé que se nos fue al cielo con sólo siete semanas de gestación, casi cuatro años después de aquel martes 13 de marzo, y en Guadalupe, que, Dios mediante, nacerá en mayo y no para de moverse mientras escribo estas líneas. Dos milagros, dos regalos inesperados, dos guiños de esos que hace Dios cuando la medicina cierra las puertas y te dice que ya no podrán venir más niños… Dos enseñanzas vivas del pasaje del Evangelio que escogimos para nuestra boda; aquel que termina diciendo: “Porque para Dios no hay nada imposible”.

 

Laura Fernández Merino

Esposa y madre de tres hijos, uno de ellos en el Cielo y la otra a punto de nacer. Trabaja como profesora de Matemáticas en un instituto público.

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7 comments

  1. Se nota que Dios os ha dado esa valentía que da,cuando da una cruz.Gracias superiores a ese sufrimiento
    Laura ,gracias por compartir esta vivencia muy tuya,pero estoy segura que has ayudado a mucha gente.Te deseo lo mejor:Que el Señor os siga bendiciendo.Destilas por todas tus palabras.ESPERANZA.💕💕

  2. Me encanta tu relato Laura. Enhorabuena por todo y sobre todo por apreciar tanto la vida y gracias por tu generosidad y tu testimonio.
    Que Dios os bendiga a ti y a toda tu preciosa familia!

  3. Laura! Muchísimas felicidades! Dios siempre tiene la ultima palabra 🙂

    Me ha encantado leerte, la verdad es que tu vida es un signo de esperanza.

    Un besito

  4. Laura, Dios te siga bendiciendo con lo que más necesites por compartir tu experiencia con nosotras, mujeres débiles y con muchos temores también, pero que queremos vivir confiadas en Dios.
    Un abrazo

  5. Enhorabuena, Laura, porque habeis entendido que el sentido de la vida es ese «hágase en mi, en nosotros, Tu voluntad»

    Me ha encantado la idea del «capital de Gracia» que barajas con tanta soltura, como si cotizara en la Bolsa más competitiva del mundo.

    Cuenta con mi oración y ponme al final de las tuyas.

    Un millón de abrazos a esa familia numerosa que habéis sabido crear

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