Esas preguntas inoportunas sobre sexo

Las preguntas sobre sexo nunca llegan en el mejor momento. Normalmente, estás en la cola del supermercado o en el coche con los hermanos pequeños, cuando tu hijo te grita desde atrás un “¡mamáaaaa!, ¿qué es f…?”.

El otro día mi hijo de ocho años cogió un papel del suelo. Ponía algo así: “Nueva en el barrio. Masajes desde 20 euros. Llámame al…”. Y de fondo, una mujer semi desnuda en una postura sugerente.

-Mamá, ¿qué es esto?

-Deja eso, ¡no se cogen las cosas del suelo! –corrí a responder.

-Pero, mamá, ¿que qué es esto? -me contestó muy serio.

-¡Que nada! ¿No te he dicho mil veces que no se cogen las cosas del suelo? –entré en bucle.

Ya iba yo a arrebatarle el papelito de las manos, cuando mi marido se acercó con una tranquilidad pasmosa. “Deja, ya me ocupo yo”. Y pensé: “Perfecto, ¡todo tuyo!”. Me adelanté en el paseo con el resto de la camada y los dejé a los dos solos charlando. “A ver, hijo, ¿qué pone en ese papel?”, oí que decía mi marido, mientras yo me alejaba con los pequeños. Y ya no alcancé a escuchar nada más.

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Los regalos escondidos en la vida de los padres

Los regalos escondidos en la vida de los padres

Es un regalo envuelto a veces con un papel un poco feo. No vamos a negarlo: no siempre es atractivo a primera vista. A veces viene en forma de trona-sucísima-por-cuarta-vez-hoy. Otra vez en forma de niño que se te agarra a la pierna mientras cocinas porque quiere cotillear qué haces, o simplemente está cansado. Otra en forma de zapato que se ha desatado por sexta vez en el paseo de la tarde. Otra en forma de «¿Sacamos las ranas saltarinas del bote y hacemos una última competición?» justo antes de tenerlo que llevar a lavarse los dientes, rezar y dormir. Sacrificio tras sacrificio. Una y otra vez.

Las ocasiones son muchas. El regalo difícilmente se entrevé.

Y sin embargo, está.

Hagamos forward hacia el futuro y hablemos con tu yo de dentro de… 30 años.

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Cinco minutos más de cuento

Martes por la noche, antes de ir a dormir. Estaba contándole un cuento a mi hija de tres años. Llegamos a unas páginas repletas de hadas, y mi pequeña, inocente ella, me preguntó: “Mamá, ¿cómo se llama esta hada?”. “Rosa”, contesté yo. “¿Y esta, mamá?”, continuó. “Violeta”. “¿Y esta otra?”… Suspiré. Sabía que no iba a terminar de preguntar hasta llegar a la última de las veinte hadas que aparecían en aquella doble página infinita. Era tarde, era hora de irse a dormir; de hecho, ya deberíamos estar rezando. Yo estaba agotada, no veía el momento de tenerlos a todos acostados y descansar un rato en el sofá. Aunque, en realidad, todavía quedaba por recoger la cocina, doblar la ropa, dar la última toma a los bebés que se empezaban a inquietar… “¡Mamáaaaaaa! ¿que cómo se llama esta hada?”.

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CONTRA LA PERFECCIÓN

La perfección no reside en la condición física. La belleza es un don que nada tiene que ver con lo material.

Hace unos días nos desayunábamos con la noticia de que Islandia se ha convertido en el primer país en erradicar el Síndrome de Down. No es que hayan encontrado el modo de “silenciar” el célebre cromosoma extra ni que hayan hecho barra libre de té verde entre la comunidad downie. Ha sido mucho más simple: el 100% de los fetos diagnosticados con síndrome de Down son abortados. En Islandia, en los últimos cinco años, no ha habido un solo nacimiento de bebés con Síndrome de Down. (En España nos queda poco para alcanzar la cifra, pero últimamente andamos más ocupados en no mutilar los rabos de los perros).

Hay un librito, Contra la perfección, una pequeña joya que me dejó un día una buena amiga, escrito por el profesor Michael Sandel, catedrático de filosofía política de la Universidad de Harvard, donde nos recuerda que vivimos en un mundo que busca a toda costa la «mejora de la especie»,  que rediseña la naturaleza a golpe de biotecnología y que abraza el transhumanismo, la corriente que afirma el deber moral de perfeccionar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, de eliminar el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y hasta la condición mortal. Buscamos erradicar los defectos, ampliar las capacidades intelectuales, borrar de la memoria los hechos traumáticos, vivir en un mundo donde la esperanza de vida rondará los 500, incluso los 1000 años. La imperfección, dicen, engendra infelicidad y el mundo, en definitiva, busca fabricar al hombre perfecto. Pero ¿quién decide qué es la perfección? ¿Dónde están los límites?

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Dos mejor que uno… Las ventajas de tener gemelos

Los gemelos y mellizos se estimulan y ayudan mutuamente

Este es mi particular alegato a la maternidad múltiple. Así, tal cual.

Si estás esperando gemelos o mellizos, seguro que ya te has encontrado con alguna que otra cara de susto al dar la feliz noticia. Y es probable que, desde que supiste que llevabas dos criaturas en tu vientre, no hayas hecho más que leer y escuchar sobre las dificultades que te va a conllevar tener gemelos. Pues sí, dificultades habrá muchas… pero ¡que no cunda el pánico!, porque ventajas también hay unas cuantas. Así que, dejemos lo negativo a un lado (que de eso ya sabemos mucho), y centrémonos en los enormes beneficios que, durante el primer año de vida, yo he descubierto en la maternidad múltiple.

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Brand new

Parece que el primer artículo que una escribe en un nuevo lugar tiene que ser siempre una declaración de intenciones de algo. Una entrada triunfal. Una articulación de los principios que abarcarán su obra.

Pues no soy capaz de afrontar un reto de esta envergadura. Así que pongamos por caso que este artículo es, por ejemplo, el décimo. Que ya sabéis de mi pasión por la cocina, o por los libros, o por el mundo de la maternidad y el del matrimonio. Que ya os he hablado de mi interés por la productividad y la planificación. ¿Vale? Dejemos atrás ese primer encuentro incómodo en el que todos intentamos dar la talla, parecer interesantes, parecer interesados, ser simpáticos. Olvidemos todo esto y hagamos como que ya, al menos un poco, nos conocemos.

Hoy quiero hablaros de algo que aún no había contado (ciertamente…).

Sucedió hace poco más de dos años. Un domingo de principios de febrero me levanté y tuve una sensación extraña. No sabría decir bien qué sensación. Pero era algo diferente, una intuición. Tarde poco menos de un minuto en buscar en el armario un test (qué le voy a hacer, los tengo en el armario, sí) y probar. Llamé a mi marido que estaba aún en la cama y descubrimos juntos el resultado.

Dos rayas.

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