Con esto de la vuelta al cole tenía pensado escribir sobre algo muy distinto. Como dice mi amiga, compañera de blog y pedazo de mujer, Isis Barajas, rumiaba un artículo más cultureta, que por lo visto es lo mío. Pero he leído algo esta tarde que me ha tocado el corazoncito, y por aquí voy a tirar. Se trata de un artículo sobre cómo los niños con discapacidad son, habitualmente, rechazados en los juegos de recreo. No me voy a rasgar las públicas vestiduras. Antes de ser madre de un niño con síndrome de Down, he sido niña, y también adolescente. Y reconozco que, por lo general, la discapacidad, a ciertas edades, produce una mezcla entre rechazo, desagrado, compasión y miedo, producto del más absoluto desconocimiento. Una ignorancia tóxica, dañina, segregadora y en ocasiones hasta cruel. Niños que hablan mal, que andan mal, que no corren, que babean, que no saben o no pueden jugar son sistemáticamente ignorados en el patio o en el parque, o en clase (con probables, loables y lamentablemente escasas excepciones).
Cómo reconciliarse con la maternidad en hora y media
No lo prometí, pero lo siento igualmente como una deuda. Hace tres meses compartí con vosotras mi pánico total ante la inminencia de mi segundo parto. El primero había sido traumático hasta niveles inimaginables y, sinceramente, por muchas ganas que tuviera de tener más hijos, reconozco que la cuestión de dar a luz me hacía temblar de miedo.
Pero Dios, que es un tipo bastante original, ha conseguido de un plumazo acabar con el trauma y reconciliarme con la maternidad. Juro que, aunque me hubiera sentado con papel y lápiz a pensar cómo podría acabar con el trauma, no se me habría ocurrido ni de lejos nada de lo que me ha tocado vivir.
Coged el bol de palomitas, porque lo que voy a contar se parece más a una película de Hollywood que a cualquier parto que hayáis conocido.
Adopciones, la larga espera
Antes de que llegara el mercadeo abominable de la subrogada, la respuesta era siempre la misma: «¿Ah, no podéis tener hijos? ¿Y por qué no adoptáis?». Adoptar. Como si fuera cosa de chasquear los dedos. Como si los miles de euros fueran tan sencillos de pagar como unas cañas y los cientos de días de espera, convertidos en años, fueran tan fáciles de sobrellevar. Adopta, te dicen. Y tú, que no sabes nada del Convenio de Adopción de La Haya, ni de procedimientos ni expedientes, sueñas con ir a buscar lejos, muy lejos, a ese hijo que en tu corazón ya es tuyo, pero que no termina de llegar.
Primeriza pringada
¡Hay que ver lo que en un año puede cambiarte la vida! Si, como yo, eres una recién estrenada mamá, no te pierdas este vídeo. No te va a servir para nada más que para echarte unas risas… Sí, porque quien se ríe de sí mismo, ¡tiene risas para rato!
Sensory board estilo Montessori: ¿Te animas a construir uno?
Hoy os quiero mostrar un pequeño «invento» que hemos construido este fin de semana en muy poco rato y que está procurando no pocas horas de diversión a nuestra hija pequeña. Se llama Sensory Board y está inspirado en la filosofía educativa de María Montessori. Esto es, que los niños hagan y descubran con sus propias manos, respetando sus tiempos. Y cuanto más conectado con la vida real, mejor. Implicándoles en actividades que tengan que ver con la vida del adulto.
¡He aquí cómo lo construimos!
Primero compramos una tabla en el rincón de los «descartes» de Leroy Merlin, y después diversas cosas manuales que podíamos atornillar/pegar a la misma: timbres, cerrojos, manillas, luces… The sky is the limit! Para esta segunda parte te invito a que busques en Google la palabra «Sensory Board» y encontrarás miles de ideas y opciones. También pensé en añadirle unos adhesivos para hacerlo todo más bonito e infantil.
Una vez comprado todo, basta simplemente un taladro y celo biadhesivo, ¡y manos a la obra!
Madre
-¿De dónde venía yo cuando me encontraste? -preguntó el niño a su madre. Ella, llorando y riendo, le respondió apretándolo contra su pecho:
-Estabas escondido en mi corazón, como un anhelo, amor mío: estabas en las muñecas de los juegos de mi infancia, y cuando, cada mañana, formaba yo la imagen de mi Dios con barro, a ti te hacía y te deshacía;
El bicho, los abuelos y la tribu
Me van a perdonar, pero hoy vengo a hablarles del bicho. No, no me refiero a Cristiano Ronaldo –no hagamos sangre y dejémoslo para otro día– sino del parásito (un vulgar estreptococo con pintas en el lomo) que me ha tenido literalmente tumbada en cama durante todo el puente. A mí y a mis hijos, que aún seguirían con 39 de fiebre si la pediatra no hubiera decidido repetirles el streptotest que hace una semana había dado negativo. Una semana tirando de Dalsy porque ellos –por supuesto– solo tenían catarro de vías altas, que es lo que tienen todos los niños que van a la guardería mientras no se demuestre lo contrario. Así que ese era el panorama: ellos con su fiebrón y su Dalsy, yo inflándome a penicilina, y su entregado padre limitándose a sobrevivir. Hoy, por fin, tras una semana inenarrable, la pediatra ha decidido sacar los tanques y darles el antibiótico: al parecer el estreptococo no solo ya era de la familia sino que se había comprado una batamanta y se había abonado a Netflix. Esperemos que no tarde mucho en marcharse.
Aborregados y sumisos: el fracaso de la ley educativa
Sobre perros y familias numerosas
Hace algunos días, una mujer muy querida para mí escuchó la siguiente conversación en la panadería:
– Mira a esa, embarazada otra vez.
– ¡Qué bárbaro! Como perros…
Ella, que está esperando a su sexto hijo, hizo como si no escuchara nada, y del mismo modo que entró, se marchó.
Las madres de familia numerosa a veces escuchamos este tipo de comentarios que nos atraviesan como una punzada el alma. Una se siente tan humillada y dolida que ni siquiera salen palabras de la boca para responder como es debido. Pero yo hoy, con permiso de mi amiga, sí quisiera explicarle, con todo mi respeto, algunas cosas a aquella señora.
LOS CHILDFREE O LA MATRACA
Decía John Lennon que la vida es lo que pasa mientras haces planes. En realidad, con dos hijos en primer año de guardería, la vida es más bien lo que pasa entre una consulta del médico y la siguiente. Y desde luego que no es agradable, ni siquiera llevadero: es francamente agotador. Todo es agotador. Tengo hartos de lamentos a mis padres, a mis amigas y a mi entorno, considero venerables –virtudes heroicas incluidas– a las madres (y padres) de más de dos hijos y he entonado demasiadas veces el esto a mí no me lo habían contado. Pero sí, lo sabía. Claro que lo sabía.