Hacer extraordinario lo ordinario

Juan tiene una enfermedad rara

Conversación normal en mi casa en un día en el que hemos invitado a un amigo de los niños a jugar:

– Éste es Juan. Juan, dile «hola» a mi amigo (y Juan, encantado, como siempre, saluda alegremente). Mira, ¿ves? Tiene las manos así como cerradas y no las puede abrir mucho. Pero ha mejorado un montón y ya hace muchas cosas. Casi todas. Y él solo.

Y con esta sencillez aplastante es como mis hijos resumen la patología de poca incidencia, catalogada dentro de las enfermedades raras, que padece nuestro quinto. Artrogriposis congénita distal. Lo escribo, y el Word de mi ordenador sigue señalando en rojo este nombre dichoso, como si no existiese. Debe ser que, debido a su poca incidencia, esta patología aún no es muy conocida. Y parece que lo poco conocido no es digno de normalizarse, ¿puede ser?

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La historia de dos mellizos y un matrimonio santo

Dos mellizos y la historia de un matrimonio santo

Supongo que ninguna mujer espera quedarse embarazada de gemelos. Quizá si tiene antecedentes en la familia pueda imaginárselo como una posibilidad real. Pero ese no era mi caso. En cambio, yo sí lo esperaba. Tenía la extraña certeza de que esperaba dos bebés antes de hacerme, ya en la semana 13, la primera ecografía de mi cuarto embarazo. Diré más: en el fondo, lo deseaba. Y me gustaría explicar por qué.

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Un día después del otro

Charles es uno de los protagonistas de Ganar al Viento Película Ganar al Viento Rodaje de la película Ganar al Viento Ganar al Viento Escena de la película Ganar al Viento

Tugdual, de 8 años, tiene algo especial en la mirada. Uno de sus ojos es azul y el otro, marrón. Esta peculiaridad no vino de serie con su nacimiento, sino que ha sido una de las secuelas que le dejó la intervención quirúrgica que le realizaron, cuando tenía tres años, para extirparle un tumor alojado en su aorta. Las sesiones de quimio siguen ocupando la cotidianidad de su vida, a la vez que alimenta su pasión por las plantas, toca el piano o lee libros con su abuela. «Es lo normal, así es la vida», explica sin darle mucha importancia. La enfermedad forma parte de su vida, sí; pero la enfermedad no es toda su vida.

Junto con él, otros cuatro niños que viven con graves patologías protagonizan la película documental Ganar al Viento, que se estrena en España el próximo 9 de febrero. Podría parecer que es una película sobre la enfermedad infantil, pero en realidad no es así. Se trata de un documental delicioso y alegre que habla de la vida a través de la mirada de unos niños que nos muestran que la felicidad es posible en cualquier situación, también estando gravemente enfermos, cuando somos acogidos y acompañados por las personas que nos aman. «Estar enfermo no nos impide ser felices», sentencia Tugdual al comienzo de la película.

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Grandes historias para jóvenes lectores

grandes historias para jóvenes lectores

Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado…

 Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito…

 Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido…

 Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastian hizo entonces.»

(Michael Ende, «La Historia Interminable»)

 

En un ratito libre que he tenido he podido merendarme el Astérix en Italia que me han traído los Reyes Magos. (Sin lugar a dudas, el mejor regalo de estas Navidades; la niña que llevo dentro camuflada tras unas gafas de profesora de Universidad se declara fan absoluta de la aldea de los irreductibles galos). Mientras lo leía, me ha dado por pensar en lo mucho que me gustaría escribir un post de homenaje a todos los libros y cómics que me han hecho tan inmensamente feliz a lo largo de mi niñez y adolescencia. Un post donde hablara de un tiempo en el que no había Internet, ni tablets, ni móviles, y sin embargo, contaba con los dos mejores gadgets posibles: un libro y una poderosa imaginación. En un post así podría contar lo mucho que viajé, soñé, conocí, lloré y reí agarrada al timón de papel de aquel barco de mi cama, dispuesto a zarpar cada noche hacia un horizonte nuevo. Y podría recordar lo trascendental que ha sido para mí tener una familia que fomentaba mi gozosa adicción: un padre que me facilitaba con alborozo los libros de su extraordinaria biblioteca y una madre que entendía que a mí la ropa me importaba un pimiento, y que en realidad no había nada que me hiciera más feliz que ir de compras a una librería.

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El mayor ya lo sabe

El mayor ya lo sabe

No lo esperaba tan pronto. Confiaba en tener un añito más de inocencia intacta y más después de haber superado la prueba de este año con nota. Mi hijo mayor, de 9 años, había pasado unas Navidades estupendas y, por supuesto, tenía una ilusión enorme por que llegaran los Magos de Oriente. Hizo su carta con bastante antelación y se la entregó a Melchor justo en la víspera de la Epifanía en nuestra parroquia. Ningún comentario parecía cuestionar nada. Solo dijo: “Mamá, yo creo que los Reyes que vienen a la parroquia no son los de verdad”. Y ya.

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Noches de paz

Yiruma y sus noches de paz

Víspera de Nochebuena. Me siento ante el ordenador, en plena madrugada. Es mi único momento de paz de la jornada. Mis hijos hace un buen rato que duermen y el silencio invade –al fin– como un bálsamo, cada rincón de la casa. Siempre he sido más búho que alondra, y aunque Morfeo me tiente con sus promesas de cálidos brazos, siempre he preferido la noche para escribir, para estudiar, para trabajar, corregir exámenes, ordenar la cabeza y calmar el espíritu. Por la noche la casa se apacigua, la ciudad calla, y el silencio es tan profundo que me sumo en un estado de concentración y quietud impensables durante el día. Ahora mismo, al otro lado de la puerta entreabierta de la habitación puedo escuchar la respiración de mis hijos. Me gusta tumbarme en la cama con ellos antes de acostarlos, hablar bajito (conversaciones llenas de secretos inconfesables) y que se duerman en mi regazo. No sé si eso viene en los mejores manuales de Cómo Dormir Fierecillas, pero yo lo hago. Y su papá también. Podría decir incluso que es el momento más maravilloso del día. Y lo es, entre otras cosas, por la compañía de una indispensable banda sonora.

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Todo lo que la maternidad me está quitando

Lo que la maternidad nos está quitando

Que no nos vamos a engañar. La maternidad no es un camino de rosas.

¿Lo primero? Seguro que estáis todas conmigo: EL SUEÑO. A decir verdad, me conformaría con un par de días seguidos en los que duerma seis horas de un tirón sin despertarme a dar biberones o agua. Sueño despierta con esas mañanas de fin de semana en las que no tenía que utilizar el despertador… Me levantaba fresca y como una rosa cuando me salía de la real gana. No sé cuántos años han pasado. Mejor no hago cuentas.

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Mi pequeño de seis

Ecografía del sexto de una familia numerosa

Mi querido pequeño, todavía no te conocemos y en casa ya se ha montado una gran fiesta con la noticia de tu llegada. Tus cinco hermanos andan revolucionados y no paran de pedir a Dios cada noche que salgas pronto para poder abrazarte, estrujarte y explorar cada diminuta parte de tu cuerpo. Ya les he explicado yo que necesitas todavía unos cuantos meses ahí dentro para terminar de crecer, pero no veo a algunos de ellos muy convencidos del asunto.

Desde que supieron que estabas en mi interior han informado puntualmente a cada vecino que se han topado en el ascensor, a la ancianita de la parada del autobús, al señor de la panadería e incluso a todos los bañistas –sin excepción– que encontraron este verano en la playa. Ya han planeado dónde dormirás, qué sitio ocuparás en nuestra furgoneta y han pensado en los nombres más bonitos y originales para ti. Debo decirte, mi pequeño hijo, que he conseguido disuadir a la mayor de las chicas de llamarte “Lacito”. Sé que me estarás eternamente agradecido.

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¿Te molestan tus hijos? Prepárate.

Nuestros hijos en el parque

Aunque ya llevaba tiempo rumiando la idea de este artículo, esto es, de hablar de los hijos, sin quererlo ni beberlo esta semana un pintor me lo ha puesto en bandeja. Un pintor de puertas de garaje, concretamente.

Todo empezó el lunes de esta misma semana. En nuestra urbanización no hay plazas de aparcamiento, sino garajes individuales. Mis vecinos están pintando las puertas de sus garajes (lo digo en plural porque tienen nada menos que tres) que están a un lado y a otro de nuestro garaje. Y de este modo he tenido que encontrarme con el susodicho pintor cuatro veces al día: por la mañana llegaba con mis dos hijas, las cargaba en el coche, dejaba a una de ellas en la guarde y volvía de nuevo a casa con la más pequeña, la montaba en el carrito y ciao ciao. A las 15:30, de nuevo más de lo mismo: aparecía con la más pequeña, la cargaba en el coche, íbamos a buscar a la grande y volvía de nuevo a mi garaje, esta vez con las dos. Aparcábamos y al parque. Al tercer día —esto es, ayer— que me ha visto hacer lo mismo, me ha soltado:

— Madre mía, ¿así que eres madre a jornada completa, eh?

Ya ese madre mía no hacía presagiar nada bueno… Y yo no he podido evitar responder con una sonrisa:

— Sí, y la verdad que me encanta. ¡Lo hago con muchísimo gusto!

Y de repente se acaba la conversación. Por algún motivo, el hombre no ha sabido que responderme detrás de su discreta ironía.

¿Y por qué alguien no respondería a una frase así? ¿Qué pasa para que, ante la afirmación de que a una le encanta ser madre, uno no sepa qué responder? ¿Tanto choca?

Y la respuesta es que sí. Que choca, y mucho.

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Una recomendación educativa y una receta para niños

Dos al precio de uno, que la crisis sigue apremiando. ¡Todo sea por nuestros niños!

Empecemos por la recomendación: después del sensory board del que ya os hablé hace tiempo, ahora os aconsejo también la torre de aprendizaje Montessori. La recomendaría una y mil veces. No digo que la usamos todos los días, pero casi casi. Nosotros compramos ésta (me vais a perdonar, pero para el tema de los acentos soy muy old style) de segunda mano, aunque hay muchas otras para elegir, y algunas incluso Do It Yourself customizando este taburete de Ikea.  Pero también os digo una cosa: basándome en mi experiencia, no recomendaría las otras. Ésta torre es la única con forma de cubo, es decir, cubierta en todos sus ángulos.Las demás tienen siempre barras de protección laterales, no paredes de protección laterales. Y, a mi modesto entender, un cubo total evita de que el niño pueda resbalar y caer (¿O acaso mi hija es la única capaz de tropezarse en suelo llano sin ningún objeto alrededor? ¡Decídme que no!), golpeándose el mentón o quién sabe qué en su caída. Lo dicho: aunque yo la compré de segunda mano, vista su calidad y robustez la compraría también nueva, incluso costando lo que cuesta.

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