Miedos y certezas de una boda en pandemia

celebrar boda en pandemia

Santiago y Nazaret se casaron el 15 de agosto de 2020, el año que pasará a la historia por la pandemia del COVID-19. Hasta el mismo día de la boda no sabían con certeza si podrían celebrarla, pendientes de los cambios de los protocolos sanitarios (que entraban en vigor ese mismo día) o de si había un positivo en el último momento. En este artículo que ha escrito Nazaret para MTQS nos cuenta cómo vivieron los preparativos: las dudas, las incertidumbres y también las certezas que tuvieron durante este tiempo. Pero, sobre todo, celebrar la boda en plena pandemia se ha convertido en un sello para este nuevo matrimonio.

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Dejar de trabajar… por amor

Dejar de trabajar por amor. Fotografía Virginia Silvestre

Paula decidió dejar de trabajar cuando se casó. Esta determinación, que tomó junto a su marido, no ha estado exenta de críticas y opiniones no pedidas. Hoy en día renunciar a una carrera brillante para dedicarse a la familia no parece una opción, pero esta decisión es todavía más controvertida cuando no se tienen hijos. En este artículo, Paula nos cuenta en primera persona qué les llevó a tomar este camino y cómo su disponibilidad no solo ha sido una bendición para su propio matrimonio sino también para todas las personas que tienen cerca.

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Lunas de miel

En tiempos de no-covid un grupo de amigas tomaba un café relajadamente. Una de ellas comentaba: “Recuerdo mis primeros años de casada, fueron geniales, pero el sexo ¡un desastre!”. Otra se quedó pensando algo rayada, “claro, si sólo disfrutan ellos…”.

Permitidme el atrevimiento de ahondar en esta realidad femenina, aunque para muchas puede resultar algo osado por mi parte. Lejos de querer abochornar a nadie, lo que quiero es ayudar a aquella que se sienta, aunque sea mínimamente, identificada con lo que voy a contar. Puede resultar vergonzoso no disfrutar del sexo, o no hacerlo tanto como te gustaría, más hoy en día que parece que todo el mundo vive en un orgasmo perenne (falso, por cierto). Pero, sobre todo, lo que más palo puede dar es tener que contarlo.

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El «must-have» de la temporada

Se acercan los días del BlackFriday, del CyberMonday, de las tropecientasmilrebajas,… ¿sobreviviremos a este alud seductor? Con este ruido de fondo, quién no está ya en modo ¡me lo pido! La cabeza la tenemos como un bombo, no sabemos si lo que queremos lo necesitamos, nos morimos por ello o simplemente nos dejamos llevar. Yo la verdad, puestos a pedir, me gustaría que fueran cosas útiles.

En estas estaba cuando una mañana, de casualidad, vi un anuncio de ese aparato que está tan de moda, el must-have de la temporada en gran parte del sector femenino. Leí un poco y quedé sorprendida. ¿Un pingüino succionador del clítoris? Vaya, qué cosas. Suena grotesco. Pero vamos a ver de qué va esto que gusta a más del 80% de las mujeres que lo han probado. 

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La abstinencia sexual, un gran preliminar

Me he preguntado muchas veces si se puede vivir la vida sexual con una pasión permanente. Pero, sobre todo, lo que me suelo preguntar es si realmente la finalidad del amor es buscar o tener en todo momento a nuestro alcance el disfrute carnal como muchas veces se nos quiere inculcar. ¿Existe algo que nos colme siempre de apetencia, pasión y orgasmos? A pesar de que el placer físico es importante ¿de verdad centrarnos exclusivamente en él es tan beneficioso para la pareja?

Hace no mucho descubrí, ¡bendito descubrimiento!, que los preliminares son importantes y necesarios, y que no se debe prescindir de ellos para que la mujer, con su peculiar curva de excitación, pueda disfrutar igual que el hombre, aunque de manera diferente. Y es posible que no me creáis si os digo que la abstinencia sexual también es uno de ellos.

A pesar de lo que se pueda pensar, la abstinencia, tan antigua como la vida misma, ajena a cualquier creencia, independiente del tipo de actividad sexual de cada cual, puede ser, en muchas ocasiones, el mejor preliminar. En su defensa y porque todos nos merecemos descubrirla, me lanzo a hablar de ella, enfocándola a la vida matrimonial, aunque bien le puede servir a quien no se encuentre en ese estado.

La abstinencia sexual en sí misma significa evitar tener una relación. Esto no tendría mucho sentido o razón, sería una práctica absurda, si no nos sirviera para querer más a nuestra pareja y a nosotros mismos. Porque lo que realmente se esconde detrás de ella, lo que le da su verdadero sentido, es la virtud de la castidad, que no es más que la “capacidad de dominar, controlar y orientar los impulsos de carácter sexual”*. La castidad es una virtud (qué pena que cada vez se hable menos de las virtudes, especialmente de ésta), ya que requiere esfuerzo por adueñarse de los impulsos y la excitación, y esforzarse en el autocontrol de la voluntad, los sentimientos y las emociones. Castidad no es sinónimo de abstinencia eterna (hay quien está convencido de ello), todo lo contrario, porque muchas veces esa castidad nos llama precisamente al disfrute de la relación sexual como debe ser. Castidad no es negación sino donación en cualquier sentido, y la abstinencia un medio que nos ayuda en situaciones concretas para materializarla. Pienso que si no se entiende así no tiene sentido alguno, sería como hacer por hacer en modo robot. 

La abstinencia sexual en días concretos sólo se entiende y acepta si para nosotros el coito es un acto de amor total, único y más completo entre el hombre y la mujer. Una forma de compartirlo todo, sin reservas ni egoísmos. Y todo, es todo.

Pasar por la abstinencia sexual es una decisión interior que debe ser provocada por uno mismo, ya que difícilmente sale sola y sin esfuerzo, y, claro está, debe ser compartida con la pareja. Podemos comparar su ejercicio con mil situaciones de la vida diaria, ¿a quién no le supone esfuerzo levantarse por las mañanas para ir a trabajar? ¿o hacer una dieta infernal que niega esas comidas tan apetitosas? ¿o esos exámenes o trabajos que nos llevan horas y horas de estudio constante? Si mantenemos empeño en educarnos a nosotros, y después a nuestros hijos, en la paciencia, en aprender a esperar, a conseguir las cosas con esfuerzo, ¿cómo no vamos a esforzarnos en vivir esa espera cuando lo veamos necesario? Nosotros hemos descubierto que no pasa nada (malo) por posponer una relación sexual, aunque nos indiquen lo contrario. Como muchas otras virtudes, cuesta y necesita ser ejercitada, practicada. 

Por ejemplo, si hemos discernido libremente y en conciencia que por ahora no queremos tener hijos, no tener relaciones en fase fértil (sólo unos días al mes) es el camino lógico y natural de controlar la fecundidad. Y posponemos la relación sexual para un poco más adelante (y seguro con más ganas e ilusión), cuando en fase infértil sea imposible el embarazo. Porque estamos convencidos de que ese camino nos hace querernos más y mejor. O, una situación muy real, si uno de los dos se encuentra cansado, quizá ese día abandonamos el coito pensando en el otro, por mucho que a uno le apetezca. Cada uno en su situación sabe.

La mentalidad anticonceptiva que corre por nuestras venas nos dificulta entender que está todo muy bien pensado: los ciclos de la mujer, las fases fértiles e infértiles y las distintas apetencias sexuales. La fertilidad no es un campo estanco, no es una prótesis de quita y pon. Es parte de nosotros mismos, y por esa razón las relaciones sexuales, a veces, traen como consecuencia la procreación. Si usamos la contracepción (condón, píldora, diafragma, …) o las medias tintas, porque sólo miramos la parte placentera que a cada uno le toca, nos estamos quedando cortos. Es como bailar sin música, cantar sin voz, escuchar sin oídos. Si nos queremos, nos queremos con todo. Y si creemos necesitar esa unión, la abstinencia, en muchas ocasiones, es el camino perfecto para afianzarla.

La abstinencia sexual nos enseña a repartir afecto y cariño sin necesidad de cama; a contarnos mirándonos a los ojos, que, si nos queremos, nos queremos del todo, con la fertilidad también; a entender que somos diferentes y que necesitamos vivir esas diferencias. Creedme si os digo que la abstinencia, antes que hacer daño, nos enseña a dejar paso a un placer afectivo y espiritual que crea lazos mayores y que sólo lo alcanzan aquellos que se deciden por ella.

Pero la abstinencia rehúye las obligaciones impuestas y necesita ser entendida y bien vivida. Exige que ambas partes estén de acuerdo, porque si no es posible que se acabe convirtiendo, más que en ayuda, en lastre. Porque todas las parejas necesitamos hablar de sexo, y también de otras formas de amor. Demostrarnos cariño cuando decidimos (juntos) posponer el coito, sobre todo para no enfriar el abrazo posterior. Como en las fiestas, los preparativos son la mejor parte. Hablar de nosotros, de los proyectos juntos, de cómo nos sentimos, de nuestras debilidades e ilusiones. De todo lo que somos.

Os cuento un bonito ejemplo de una chica que vivió junto a su marido la abstinencia sexual un periodo largo de tiempo y quiso compartirlo conmigo, y yo con vosotros: «De cara al mundo la abstinencia puede resultar una gran frustración, en la que parece que el hombre especialmente se va a subir por las paredes (aunque la mujer también). Sin embargo, resultaron ser momentos increíbles en nuestro matrimonio. Fue como un volver a ser novios, pero conociéndonos ya. Nos sentimos libres y profundamente queridos y eso no lo cambiamos por nada del mundo». En este caso la abstinencia sexual fue prolongada (no tiene porqué serlo siempre), y aun así les mereció la pena, a pesar de resultar ser una cuesta arriba en múltiples momentos.

Sea el tiempo que sea, hasta que no se vive la abstinencia en conciencia, con decisión y convicción, no nos damos cuenta de que ésta nos hace más ingeniosos en el amor, mantiene nuestra pasión y una vida sexual plena en la que nos olvidamos del yo para mirar al . La abstinencia sexual, en muchísimas ocasiones se convierte en el preludio de algo mejor. Es un gran regalo, un gran preparativo, un estupendo preliminar para vivir la gran fiesta del amor.

 

*Teología del Cuerpo, San Juan Pablo II

El trabajo que solo la mujer realiza

El Día Internacional de la Mujer del año pasado me pilló trabajando. Pero no era la mía una labor cualquiera. Se trataba de un trabajo desgarrador, doloroso, cuasi salvaje, que da miedo comenzar, pero que, al final, siempre resulta esplendoroso. Un trabajo esencialmente femenino. Es más, aquel que solo una mujer puede realizar.

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Mis ovarios son nuestros. Y mis cesáreas, también.

Un día de bajón Dios puso en mi camino a una bella persona. Ésta me dijo: “Mira a tu alrededor y dime qué te falta”. Solo necesité tres segundos para decir: “¡¿Nada?!”. No hay más que ver lo que tenemos para olvidarnos de lo que carecemos. Y como es de bien nacidos ser agradecidos, desde entonces, trato de dar gracias (aunque a veces se me olvida) por las innumerables cosas que tengo y, por qué no, por las que faltan. Todos tenemos historias únicas e irrepetibles, increíbles y maravillosas. Y esta vez, perdonad que hable de mí, os voy a contar una parte de la nuestra, una experiencia personal y familiar que nos ha marcado. Mi marido y yo tenemos cinco hijos. Cinco preciosas y sanas criaturas que nos dan la vida (algunas veces nos la quitan). Y, para escándalo de muchos, todos ellos han nacido por cesárea.

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Lo que creemos que no les importa a los hombres

Hombres y mujeres somos diferentes, tanto que se cumple aquello de que los polos opuestos se atraen. Puede parecer que nuestras contrarias fisiologías nos separan o desunen, cuando lo cierto es que son ocasiones perfectas para crear interés y acercamiento mutuo. Las mujeres a veces creemos que nuestras cosas no les importan a los hombres (por la razón que sea), especialmente cuando son «nuestros» hombres. Hablo, por ejemplo, del famoso estado «tengo la regla». No creamos que al hombre eso le produce rechazo o  indiferencia, porque lo más seguro es que únicamente sienta un inicial desconcierto, y una consecuente disposición y atracción ante lo desconocido. Aunque es posible, dadas nuestras diferencias psicológicas, que no lo expresen o muestren como nosotras esperamos o nos gustaría. 

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Cuando los métodos naturales fallan

Quien tiene hijos pequeños sabe que son siempre directos en sus preguntas y originales en sus respuestas. Mamá, ¿de dónde vienen los niños? Cuando trataba de explicárselo a mi hija de seis años (¿ya a estas edades lo preguntan?), me cortó impaciente. Al no encontrar ningún sentido a lo que yo le trataba de explicar, su solución fue que por qué no me tragaba directamente la semilla y así todo resultaba más fácil. Os podéis imaginar la cara que se me quedó.

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La sociedad de los hijos congelados

“El embrión está claro que es vida, pero que sea humana, no lo sé”, me decía una persona. Y este breve comentario, casi al azar, me obligó a pensar… y mucho.

Cientos de parejas acuden a la reproducción asistida deseosas de realizar su sueño de ser padres. Se les dice que cuantos más embriones se obtengan mejor, para que al menos uno de ellos termine en embarazo. ¿Alguien se para a pensar qué pasa con los “sobrantes”? Todo empieza cuando nos permitimos hablar de ellos con ligereza. Hasta tal punto nos hemos anestesiado que no somos conscientes de que esos embriones son hijos de alguien, son sin duda vidas humanas (pero no debemos decirlo muy alto para no hacer sentir mal a nadie). ¿Qué nos está pasando que, sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad de hijos a la carta?

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