Antes de que llegara el mercadeo abominable de la subrogada, la respuesta era siempre la misma: «¿Ah, no podéis tener hijos? ¿Y por qué no adoptáis?». Adoptar. Como si fuera cosa de chasquear los dedos. Como si los miles de euros fueran tan sencillos de pagar como unas cañas y los cientos de días de espera, convertidos en años, fueran tan fáciles de sobrellevar. Adopta, te dicen. Y tú, que no sabes nada del Convenio de Adopción de La Haya, ni de procedimientos ni expedientes, sueñas con ir a buscar lejos, muy lejos, a ese hijo que en tu corazón ya es tuyo, pero que no termina de llegar.
«Me paso el día mirando el correo», me cuenta mi amiga, a la que llamaremos María, que espera, desde hace casi cuatro años, poder traer a casa a su hijo adoptado. «Como siga así, me voy a volver loca, voy a permitirme unos días de vacaciones», me dice. Porque María hace mucho tiempo que no hace planes de ningún tipo, aguardando una llamada que no llega. Desde que decidió lanzarse con su marido a la aventura de la adopción internacional, ha pasado por todo un infierno de trámites burocráticos: informes de idoneidad, expedientes psicológicos, protocolos económicos, que, para colmo, tiene que ir renovando y revisando cada poco tiempo, como si el amor de unos padres se pudiera baremar.
Pero lo peor es que María ya ha visto a su hijo. Y digo lo peor, porque ya le han mandado una foto, y ya sabe cómo es, cómo se llama, de qué color tiene los ojos y la piel, qué le gusta y qué le pasa -le han enviado todo su historial médico- y también sabe que necesitará estimulación psicomotora en cuanto llegue. Le llamaron en Navidad para anunciarle que –¡al fin!- le habían «asignado» (sic) una criatura. Que podría ir a ver a su niño en febrero, volver más adelante para llevar a cabo los últimos trámites legales, y que para verano estaría ya en casa, en su hogar, con sus padres y su familia, que lo espera como un regalo del Cielo. Pero lo peor, digo, es que ya es verano y María, sin que nadie le dé más que la callada por respuesta, aún no ha podido ni siquiera viajar por primera vez a ese país incierto donde le espera su hijo. Un hijo que, a cada hora que pasa, pierde oportunidades y calidad de vida. Un hijo que le mira a los ojos cada día desde una fotografía, pero que aún no la conoce porque la maldita burocracia se empeña en retrasar abrazos, en racanear amores y anular futuros.
Los convenios internacionales, las leyes locales, las políticas restrictivas de adopción, la cuestión de los bebés afectados por el alcoholismo fetal, los plazos indefinidos a los que nadie da respuesta, las medidas proteccionistas contra el tráfico de menores que ha llevado a la paralización de expedientes o incluso a la suspensión repentina de adopciones en algunos países se han convertido en un auténtico suplicio para las miles de familias que sueñan cada año con poder adoptar a un hijo. Según un reciente informe del Ministerio de Sanidad, las adopciones internacionales han caído un 85% en diez años. No es extraño que con semejante panorama, la gestación subrogada, que hace del hijo un derecho, cuando no un mero capricho, se haya erigido en la esperanza de la sociedad. Y que si para lograrlo hay que convertir a la mujer en una incubadora en serie, no hay problema, hagamos granjas. Negocio redondo.
La cuestión es que, en aras de una presunta protección del menor, los orfanatos siguen llenos de miles de niños que necesitan una familia, mientras miles de familias siguen llenas de deseos de adoptar a un hijo. Elizabeth Bartholet, profesora de Derecho en la universidad de Harvard, asegura que las buenas intenciones de los países pueden castigar a miles de menores que se ven obligados a pasar más tiempo en orfanatos, a los que se les cierra la posibilidad de ser adoptados. “Existe un asedio contra la adopción internacional. Las fuerzas principales del ataque se envuelven en el manto de los derechos humanos, argumentan que se niegan los derechos al patrimonio cultural, y dicen que a menudo involucra prácticas abusivas […]. Pero el más elemental derecho humano de los niños es crecer en las familias que a menudo se encuentran solo en la adopción internacional. Estos derechos deben prevalecer sobre cualquier reclamo de soberanía estatal”, escribía en un artículo en 2009.
Cabría preguntarse qué fuerzas son esas y por qué se ataca cada vez más a la adopción internacional y se gestiona peor la nacional. Dado que aún no tenemos la respuesta, hoy solo os pido que miréis al cielo para que la casa y el corazón de mi amiga María se ilumine pronto, muy pronto, con la sonrisa de su pequeño.
1 comment
Ojalá de verdad Maria se encuentre con su hijo antes de que acabe este verano…ojala una cadena de pensamienos positivos ayude.
Yo tengo a mi hija desde el 2006,en agosto viajamos a China,fue el final de la buena época de la adopción, ya no pudimos ni plantearnos un segundo hijo porque los procesos se complicaron y alargaron a marchas forzadas.